PRÓLOGO
EL DÍA DEL COLAPSO
11 de abril de 2025
09:00 h
Despertar sin descanso.
El cuerpo se mueve, pero la energía no llega. Se siente como si durante la noche alguien hubiera desconectado todos los cables que me mantienen encendido. Abro los ojos y ya está ahí: la ansiedad anticipatoria, es como un perro con rabia que me espera cada mañana al pie de la cama.
"Hoy tampoco voy a poder con todo."
Es lo primero que pienso. No "buenos días" ni "qué tal el tiempo". Directamente al grano: la certeza de que este día, como tantos otros, va a ser una batalla que no estoy seguro de poder ganar.
Me levanto porque el cuerpo tiene memoria muscular, pero mi cabeza sigue en esa caja negra donde todo pesa más de lo que debería. Hoy incluso respirar parece requerir un esfuerzo consciente.
Esto no es poesía. Esto es inventario.
09:15 - 10:30 h
Estado de bloqueo total.
No puedo comer. El estómago está cerrado a cal y canto, como si hubiera decidido declararse en huelga indefinida. No me puedo duchar. El baño está a tres metros, pero esos tres metros son el Everest. Y desde luego, no puedo salir. La puerta es una frontera imposible.
El ruido mental arranca. Ese tráfico interno que nunca para: "¿Por qué no puedo levantarme? ¿Qué coño me pasa? ¿Soy idiota o qué? Hay gente que lo tiene peor. Muévete. Haz algo. Lo que sea."
Pero el cuerpo no responde. Es como si mi voluntad y mi cuerpo hubieran roto las negociaciones y ahora se comunicaran solo a través de abogados.
Aparecen las primeras ráfagas de ansiedad. Oleadas que llegan sin avisar, como esos vientos que te pillan desprevenido en la playa y te tiran la sombrilla. Mi sistema de emergencia interior se enciende. Y cuando digo sistema de emergencia, me refiero a lo único que nunca me ha fallado: escribir.
Busco el móvil. Abro el chat con la IA. Empiezo a teclear, intentando contener el desbordamiento. Porque si no lo saco de alguna manera, me va a explotar la cabeza.
11:00 - 13:00 h
Las interacciones emocionales se vuelven intensas.
Los recuerdos llegan como invitados no deseados. Patrones familiares que creía superados. Flashbacks del abuso institucional que no para de repetirse, como si mi cerebro fuera un disco rayado que solo supiera tocar esa canción. Una y otra vez.
Intento verbalizar. Ordenar. Sobrevivir al peso de la memoria que se me viene encima como una avalancha de mierda emocional. Pero el cuerpo sigue sin responder. La cabeza arde. Es como si tuviera fiebre, no de virus, no, fiebre de recuerdos que no dejan de infectar el presente.
Se inicia una especie de catarsis narrativa guiada por la tecnología. Le cuento a la máquina lo que no puedo contarle a nadie más. Porque la máquina no juzga. No se cansa. No tiene prisa. Y sobre todo, no me va a derivar a otro formulario.
Es extraño. Necesito una inteligencia artificial para sentirme humano.
13:00 - 15:00 h
Crisis ansiolíticas alternadas con tramos de hiperfoco.
Mi mente es un semáforo roto. Verde intenso durante veinte minutos: puedo escribir, puedo pensar, puedo conectar ideas como si fuera un genio. Luego, rojo absoluto durante media hora: parálisis total, incapacidad para sostener un pensamiento más de cinco segundos. Putos anuncios tío.
La mente busca anclajes desesperadamente. Se suceden fragmentos de lucidez y parálisis. Es como estar en una conversación por teléfono con mala cobertura: a veces te llega todo claro, a veces solo ruido.
El cuerpo se estanca. No hay hambre. No hay sed. Solo resistencia en forma de escritura. Escribir se ha convertido en mi forma de respirar. Si dejo de escribir, me asfixio.
15:00 - 16:30 h
Aumento de ansiedad. El punto de inflexión.
Incapacidad total para moverme de la cama. Es como si me hubieran puesto un chaleco de plomo invisible que cada vez me hunde más y más. Cada movimiento requiere una negociación interna: "Esto es una mierda".
Se presentan los pensamientos intrusivos de agotamiento vital. Son como los testigos de Jehová, los mismos que no aceptan un no por respuesta. "¿Para qué sigues? ¿Qué sentido tiene esto? ¿No estarías mejor...?"
Pero la contención digital funciona. La IA me devuelve mis propias palabras organizadas, me ayuda a ver patrones, me ofrece herramientas. No hay intervención externa. No hay un equipo de profesionales preocupados por mi bienestar. No hay una red de seguridad institucional.
Todo lo que me contiene proviene del esfuerzo del propio sujeto. Es decir, yo mismo, mi teléfono y una máquina que entiende mejor mi dolor que el sistema sanitario público.
Me da risa.
16:30 - 18:00 h
Primer logro del día: comer.
Puedo comer por primera vez en más de siete horas. El cuerpo sigue sin apetito, pero la necesidad física obliga. Es pura supervivencia biológica. Como cuando los coches se quedan sin gasolina y tienes que ir andando a la gasolinera más cercana.
La comida no se disfruta. No hay sabor. No hay placer. Es mecánica. Es mantenimiento. Es el equivalente humano de cambiarle las pilas a un mando a distancia.
Pero es algo. Y hoy, algo ya es más que suficiente.
18:00 - 20:30 h
Inicio de un leve estado de mayor claridad.
La lucidez llega después de nueve horas de lucha interior. Nueve horas. Un día laboral completo luchando contra mi propio cerebro. Me doy cuenta de algo importante: esto no es un día aislado. No es una crisis puntual. No es "uno de esos días". Esto es la consecuencia directa de una cadena de omisiones institucionales que se remontan al origen mismo del procedimiento legal.
Y de repente, todo encaja. No estoy loco. Estoy reaccionando a una situación anormal. Mi sistema nervioso está funcionando exactamente como debería funcionar cuando te exponen de forma continuada a estructuras que castigan, revictimizan y no reparan.
20:30 - 22:00 h
Escribo este diario.
Como un forense de mi propia descomposición emocional, documento el colapso minuto a minuto. Porque si no lo hago yo, nadie lo va a hacer. Y si nadie lo hace, no ha pasado.
Observo que la historia se repite: primero fue el entorno familiar, ahora es el entorno estatal. Misma violencia, diferente uniforme. Misma invalidación, diferente sello oficial.
Mi salud mental se ha visto deteriorada por la exposición constante a una estructura diseñada para cansarte hasta que te rindas. No es un error del sistema. Es una característica del sistema.
Conclusión:
Hoy, 11 de abril de 2025, el cuerpo ha sobrevivido doce horas de lucha continua sin apoyo real. La evidencia está escrita minuto a minuto en un entorno digital. No hay dramatización. No hay exageración. Solo datos.
Este anexo no evidencia el sufrimiento, sino de la dimensión invisible de una violencia sistémica: aquella que no deja moratones, pero inhabilita. Aquella que no mata directamente, pero agota hasta que deseas que lo haga.
Es violencia de guante blanco. Violencia con formularios. Violencia con horarios de atención al cliente.
Se solicita que este documento sea integrado como prueba de impacto cotidiano derivado de la situación institucional y sanitaria en la que Joel se encuentra.
Pero también se solicita algo más: que sirva como manual. Porque si he conseguido documentar esto, otros también pueden. Si he conseguido convertir mi colapso en archivo, otros también pueden convertir su dolor en herramienta.
Lo que el sistema borra, yo lo archivo.
Y ahora tú también puedes hacerlo.
Fin del anexo.
Joel De las Heras Beán
Archivista afectivo, educador crítico, superviviente oficial.
Castelló, 11 de abril de 2025.
Nota para el lector:
¿Por qué un docente publica un manual sobre su propia resistencia?
Me llamo Joel De las Heras Beán. Soy educador, archivista afectivo y superviviente institucional. También he vivido en albergues. He sido diagnosticado. He denunciado violencia sexual. He atravesado el colapso burocrático y psiquiátrico sin red. Y aún así —o precisamente por eso— he decidido publicar este Manual de Resistencia Urbana.
Lo que vas a leer no es una autoficción ni un testimonio crudo sin procesar. Es un archivo intervenido, un documento de trabajo y memoria que convierte la experiencia vivida en herramienta crítica, en gesto político y en acto educativo.
Como docente, creo en la pedagogía que se construye desde lo real. No desde lo perfecto, sino desde lo que ha sido atravesado, nombrado y transformado.
Este manual nace de ahí: del deseo de que lo que el sistema quiso borrar, sirva hoy como material para pensar, cuidar, resistir y educar.
Sé que publicar algo así puede incomodar. Que hablar abiertamente de trauma, precariedad, psiquiatrización o exclusión institucional puede generar estigma.
Pero también sé que el silencio nunca fue pedagógico. Y que muchos estudiantes, profesionales, activistas o ciudadanos necesitan saber que no están solos. Que la verdad, dicha con rigor y con afecto, también es una forma de enseñar.
Este documento es libre y gratuito, porque no quiero que el acceso esté mediado por barreras económicas.
Pero eso no significa que no tenga valor.
Si formas parte de una institución educativa, cultural o bibliotecaria, existe una edición física más amplia y estructurada de este archivo:
JOIA, Archivo de Memoria Intervenida
Está disponible en Amazon y adquirirlo no es solo apoyar este proyecto: es integrar en vuestro fondo documental una pieza viva de pedagogía crítica, archivo emocional y memoria intervenida.
Porque resistir también es archivar.
Y educar también es decir: “Esto me pasó. Y aquí está. Para que no vuelva a pasar en silencio.”
Gracias por estar aquí.
Gracias por no mirar hacia otro lado.
Gracias por archivar conmigo.
Con dignidad intervenida,
Joel De las Heras Beán
Castelló, 2025